domingo, 24 de febrero de 2013

Me estalla el pecho

Se llena de líquido, se consume en fiebre, me estalla el pecho...

Tengo helada la piel, se han vueltos ajenas las puntas de mis dedos, el dolor es una puñalada profunda, un shock eléctrico, un veneno lento. Puedo sentir como se oscurece mi sangre, como se vuelve espesa, lodosa, impura, y burbujea dolorosamente por mis venas.

Me he envenenado con tristeza, con desolación amarga que me invade célula a célula, mitosis incontrolable del intruso asesino, mientras mi sistema de defensas se ha dado ya por vencido.

El corazón, guerrero y rebelde, no se ha rendido; bombea a marchas forzadas, sin voluntad, por inercia pura, por que es lo único que sabe hacer. Se me hinchan las venas del cuello, puedo ver como danzan furiosas queriendo rendirse ante la presión de la sangre envenenada y alcohólica que las golpea.

La oscuridad se ha vuelto líquida y me recorre dejando sombras a su paso, fantasmas que gimen dolientes en mi cabeza sin descanzo, dejando charcos putrefactos en su camino, charcos en los que me ahogo por dentro. 

Respirar es la batalla de cada minuto, cada dosis de aire me corta cual navaja oxidada la garganta, me acidifica la saliva y me deja sin habla, abro los ojos suplicante, consciente de que no queda ya mucho tiempo, me tiro al suelo y me abrazo las rodillas, no puedo gritar, no alcanzo la puerta, la luz parpadeante del televisor apagado dibuja mi deforme sombra en el piso de tibia madera.

Se entumen mis senos muertos, mis piernas cortas, mis brazos débiles, la única sensación que percibo es la acidez en mi boca y el martillazo de dolor en el pecho que estalla. 

Así mutilada, me doy cuenta que no es otra pesadilla.

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