domingo, 10 de febrero de 2013

Sonata en claro de luna

Apenas me atrevo a salir de la cama...

Los sábados son de lluvia tibia, pero no más sobre mi cabeza, este sábado salí de nuevo, me tomó mucho más de lo creí, llegue a un nuevo consultorio, éste me dio menos miedo, trate de darme a entender entre sollozos, sigo siendo pequeñita.

Entonces, sin aviso, se escuchó el piano, y poco después la sonata que me baño de claro de luna, siempre que la escuché, abrí los ojos y miré al cielo, a los árboles, siempre sonreí y puse más atención al viento rozando mi cara. No ahora, desde la primera nota cerré los ojos, no fue para disfrutarla, fue miedo, terror, sabía que la sonata me iba a desgarrar el alma, pero no me resistí, resistirse es inútil.

Entonces ahí, sobre esa incómoda silla, en ese pequeño cuarto, junto a un perfecto extraño, sentí como Beethoven me había leído la piel y me lanzaba despiadado, con cada nota, flechas ardientes de dolor puro, no las esquivé, apreté los puños y la vibración de la sonata me sacudió como el más terrible terremoto, me sentí rodeada de un fuego frío que me paralizaba, trate de respirar... pero no pude, volví a sentir el dolor de perderte, de tus palabras, de tu despedida, de mi casita vacía, de las cajas llenas de cosas, del engaño, de las mentiras; mientras el corazón hacía un esfuerzo por no salirse del pecho, sentí que mi cabeza era una bomba de tiempo y trate de sostenerla entre mis manos, pero caí al suelo.

Seguía la sonata inundando el cuartito, al igual que mi llanto, aunque tenía cerrados los ojos creo que me ví desde fuera, vi el miedo en los ojos del extraño, me vi la piel erizada, la espina curvada, las manos entre mi pelo, las arcadas por todas aire, lo vi todo, como en una película, y mientras seguía la sonata flotando en el aire, junto conmigo.

Las últimas notas, las últimas punzadas, poco a poco pude tomar aire de nuevo, no pude dejar de llorar, recuerdo haber pensado "ahora si perdí la razón" y regresar a mi cuerpo, a la oscuridad tras mis ojos cerrados. la sonata y su claro de luna se esfumaron, el piano siguió, también mi miedo.

Los sábados son de lluvia tibia, pero no más sobre mi cabeza, sigo siendo pequeñita.

Apenas me atrevo a salir de la cama...

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